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Mia Disfruta de que Le Follen el Culo y Su Vulva Rosada

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Mia era una chica delgada de 19 años, con piel de porcelana y vulva de un rosado apetecible. Sus pechos eran diminutos y sus caderas estrechas, como los de una adolescente, a pesar de su edad. Mia adoraba su figura y se pavoneaba con orgullo en minifaldas ajustadas y sujetadores de encaje.

Mia solía publicar provocativas selfies suyas en las redes sociales, atrayendo numerosos comentarios concupiscentes. En particular, un joven llamado Leo no dejaba de elogiarla y proponerle encuentros íntimos. Su atención fascinó a Mia, haciéndole sentirse deseada. Decidió invitarlo a su apartamento para explorar sus posibilidades.

Cuando Leo llegó, Mia lo recibió vistiendo sólo unas medias y un sostén de encaje. Leo la contempló embobado, palpitándole la erección. Mia le guió al dormitorio, desnudándose sin pudor ante él. Su cuerpo era esbelto y pechos diminutos, pero de pezones rosados y provocadores.

La virilidad de Leo la hizo sentirse gozosa y deseosa. Lo besó apasionadamente, guiándola a su antojo. Mia gimió al sentir sus dedos explorando su clítoris y vulva, deseosos de penetrarla. Leo la penetró analmente, provocándole un gemido de éxtasis.

Cambiaron de postura, explorando todas las posibles facetas del placer anal. Mia jadeó al sentirse penetrada simultáneamente por delante y detrás, vislumbrando el paraíso. Sus gritos resonaron mientras alcanzaba el clímax tras el clímax.

Leo se corrió dentro de ella, rebosante de deseo. Habían descubierto un ámbito de placer que ninguno de los dos tenía intención de abandonar. Exploraron nuevos horizontes toda la noche, sumergidos en un océano de desenfreno del que jamás volverían a salir.

Para Mia, aquella había sido la mejor noche de su vida. Y lo mejor de todo, la había descubierto de la mano de un amante tan entregado a los placeres de la carne como ella. Sus cuerpos permanecerían irremediablemente unidos tras aquella velada, fundidos en un éxtasis sin medidas. Ni Mia ni Leo tenía intención de volver a ser el mismo.

Sus labios y agujeros habían quedado marcados por el fuego del deseo, sin intención de enfriarse jamás.