Kendall era una rubia despampanante de 22 años que vivía con su novio Manuel desde hacía tres años. La relación se había vuelto un tanto rutinaria y Kendall echaba de menos la pasión de los primeros tiempos.
Decidió comprarse un provocativo conjunto de lencería roja con el objetivo de sorprender a Manuel y reavivar la chispa. Esperaba que la viera vestida así, se excitase y la poseyera como en los viejos tiempos, una y otra vez hasta dejarla exhausta.
Manuel llegó a casa y Kendall se le presentó modelando la lencería. Él la miró lascivo, con ojos ardientes. Kendall sonrió satisfecha, su plan había funcionado.
Manuel la besó con urgencia, despojándola de la lencería. Su virilidad latía bajo el pantalón, ansiosa de ser liberada. Kendall gimió al sentirla contra su piel, deseosa de experimentar todo tipo de placeres.
La guió al dormitorio, tirándola sobre la cama. Manuel introdujo dos dedos en su vulva, acariciando con ímpetu el clítoris en llamas. Kendall arqueó la espalda, jadeando de placer.
Manuel la penetró con fuerza, marcando un rápido y desenfrenado ritmo. Kendall echó la cabeza hacia atrás, abrazándose a él mientras gemía sin tregua. Su cuerpo entero vibraba de éxtasis, alcanzando pronto el clímax.
Cambiaron de posición, explorando nuevas y salvajes faceta del placer. Manuel la penetró por detrás con ímpetu, vislumbrando el paraíso. Los gritos de Kendall resonaron en la habitación, fundiéndose en el éxtasis.
Manuel se corrió dentro de ella en profusión. Habían reavivado la chispa de la pasión e incendiado la habitación. Sus cuerpos estaban marcados por la lujuria desenfrenada de aquella noche.
Kendall sonrió satisfecha, su plan había funcionado a la perfección. Había descubierto los placeres perdidos de la juventud y no tenía intención de volver a escindirse de ellos.
Su relación nunca volvería a ser la misma. La rutina había quedado definitivamente atrás, sepultada bajo las cenizas de un fuego reavivado. El amor y la pasión habían vuelto a unirlos, más intensos que nunca.
Ninguno de los dos tenía intención de abandonar de nuevo aquel paraíso. La lencería roja había cumplido su cometido.
